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           Desde el punto de vista migratorio las
        aves se clasifican, a grandes rasgos, en: 
        Migradoras: A este
                grupo pertenecen las aves que, de forma regular,
                realizan dos viajes por temporada, uno de ida
                hacia sus lugares de cría y otro de vuelta hacia
                los cuarteles de invierno. Las especies viajeras
                que pasan el estío en nuestras tierras se las
                denomina "estivales" y a las que nos
                visitan durante el otoño e invierno
                "invernantes". Algunas especies son
                migradoras parciales, esto es, parte de la
                población (normalmente se corresponde con las
                poblaciones más septentrionales) puede
                desplazarse durante el otoño e invierno.
              
        
        Una mayoría de especies,
        de tamaño y características muy dispares, realizan cada
        temporada sendos recorridos que coinciden en el tiempo
        con la primavera y el otoño. Al primero se le conoce con
        el nombre de "paso primaveral o prenupcial" y al segundo
        como "paso otoñal o postnupcial". Las áreas de cría y de
        invernada de una especie con suma frecuencia distan
        varios miles de kilómetros (para algunas aves superan los
        10000 km). Las aves que se observan durante los pasos de
        primavera son aquellas que se dirigen a sus áreas de
        cría procedentes de los cuarteles invernales, y los
        avistados durante el otoño se corresponden con aves que
        abandonan sus territorios de nidificación con dirección
        a las áreas de invernada. Casi todas las aves estivales
        españolas pasan el invierno en el continente africano.
        Algunas aves, que por tamaño o tipo de vuelo pueden
        parecernos frágiles, lentas o torpes pueden
        sorprendernos con desplazamientos verdaderamente
        increíbles. Sirvan de ejemplos la golondrina común (Hirundo rustica), la
        cigüeña blanca (Ciconia ciconia)
        o la codorniz común (Coturnix coturnix). La primera
        puede parecer que, por su tamaño y peso, no tenga el
        poderío suficiente para hacer frente a un largo viaje;
        sin embargo, muchos individuos pueden superar los 10000
        kilómetros en sus viajes migratorios (otros tantos en su
        camino de vuelta). Con la cigüeña blanca, que tiene un
        vuelo tranquilo, sucede otro tanto de lo mismo. Y de la codorniz común que podemos decir, que en nuestros campos nos muestra vuelos de trayectos cortos, lo
        justo para ponerse a salvo ante algún peligro; pero a la
        hora de viajar también se mete sus kilómetros,
        desafiando, entre otras dificultades, el paso del
        Estrecho de Gibraltar. 
        Las fechas de partida son
        variables, siendo el vencejo común (Apus apus) uno de
        los primeros en abandonar sus territorios de cría en el
        mes de agosto. Otras prolongan sus pasos durante todo el
        otoño. En algunas especies, los
        jóvenes antes de realizar las migraciones realizan
        movimientos de dispersión por las zonas colindantes a
        donde nacieron. Tampoco existe homogeneidad en los pasos
        de primavera, que oscila entre finales de invierno y
        avanzada la primavera (o inicios de verano). 
        Aunque hay especies que
        optan por realizar el recorrido en solitario (por ejemplo
        la oropéndola europea  Oriolus oriolus), la inmensa mayoría se
        agrupan en bandos más o menos numerosos para realizar
        las migraciones. Estos bandos pueden estar organizados (gansos, patos o
        grullas), o por el contrarío pueden
        aparentar una completa anarquía (estorninos). En el
        primero de los grupos son conocidas las formaciones en
        "V" (gansos, grullas) o en línea (patos, gaviotas). Tampoco existe consenso en el momento más
        propicio para viajar, pues hay especies que sólo viajan
        durante el día, otras durante la noche, y las hay que lo
        hacen indistintamente de día o de noche. En ocasiones,
        machos y hembras viajan por separado. Fechas previas a la
        partida, las aves preparan el viaje con el aporte de
        materia grasa, que resultará fundamental durante el
        largo recorrido que les espera, una aportación
        deficiente de grasa tendrá como consecuencia la pérdida
        de contacto con el grupo... y quizás la muerte. Durante
        los largos recorridos el bando alcanza una velocidad de
        crucero que, salvo casos excepcionales, no alcanzan la
        velocidad máxima de vuelo. La altura de vuelo también
        es variable, normalmente suelen volar a unos 100 metros
        de altitud sobre el suelo, aunque algunas aves pueden
        superar con creces el millar de metros. 
        Pero, ¿porqué emigran
        las aves? La respuesta a este interrogante ha venido
        produciendo (y aún sigue haciéndolo) una profunda
        controversia entre los etólogos dedicados durante largo
        tiempo a intentar encontrar una explicación
        satisfactoria. Hay diversas teorías que atribuyen a
        diversos factores el fenómeno de la migración de las
        aves. Cabe pensar que se debe a la necesidad que algunas
        especies tienen de evitar el frío y el hambre invernal.
        Este hecho podría explicarse en algunas aves
        insectívoras (vencejos, golondrinas), pero entonces ¿a
        qué se debe la temprana migración de los Vencejos, que
        desaparecen de sus áreas de cría cuando el alimento
        aún es abundante?, o ¿porqué migran especies que por
        su constitución y tipo de alimentación podrían hacer frente al invierno en sus
        territorios nativos? 
        Algunos expertos achacan
        que este comportamiento tiene su explicación en el
        pasado, en el Pleistoceno, cuando las condiciones de vida
        se fueron degradando (cíclicamente) durante las
        glaciaciones en el Hemisferio Norte, cuando hasta ese
        momento las especies eran sedentarias. Los hielos
        invernales se hicieron tan rigurosos que obligó a las
        especies a desplazarse hacia el sur. Este comportamiento
        repetido año tras año terminó por "grabarse"
        genéticamente en muchas especies. 
        Hay quienes piensan todo
        lo contrario, es decir, que en el pasado las aves vivían
        en regiones tropicales o subtropicales. Con el paso del
        tiempo, las poblaciones llegaron a ser tan elevadas que
        no tuvieron más remedio de expandir los territorios de
        cría hacia el norte, donde hallaron temperaturas
        benignas y alimento abundante. 
        Otros creen que la
        migración de las aves está producida por el aumento de
        luz diurna (primavera) o viceversa (otoño). El
        alargamiento de los días produce una estimulación sobre
        las gónadas (glándulas sexuales) y el acortamiento
        diurno de otoño produce el efecto contrario. Para estos
        estudiosos la migración se debe a un factor puramente
        hormonal.  
        A pesar de la variedad de
        opiniones, ninguna de las teorías llega a explicar
        completamente los motivos que inducen a la totalidad de
        especies a realizar anualmente largos viajes no faltos de
        penurias y peligros. 
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